“No somos nada”,
decía un buen mendigo,
junto a la iglesia.
Él, mal vestido,
pedía una limosna,
a los creyentes.
Y aquellos fieles,
cruzando a nuestros rezos,
no le escuchamos.
“No somos nada”,
decían los profetas
en escrituras.
Letras antiguas,
en viejos manuscritos
arrinconadas.
Doctrina sabia,
de tiempos y de ancestros
que nadie escucha.
“No somos nada”,
decían los cipreses
del cementerio.
Y la guadaña
segaba tantos sueños
y primaveras.
Y es que la vida,
es cosa de un instante
que nace y dice adiós,
sin darnos cuenta.
Rafael Sánchez Ortega ©
13/03/25