El día está apático, pronto le digo que tendremos tormenta. Cuando el pasto del rastrojo se pone húmedo es por el viento que viene del mar. En unos días los chaparrones los tendremos encima. Mejor que tome el camino de regreso, porque el barro de los cerros es cabrón.
Si señor, el único balcón que abro ahora es el del aburrimiento. Las piernas se me pusieron sarmentosas y me dejaron varado, ya no son capaces de trasladarme.
Ve usted esta calle que sube para la loma, ve usted las puertas de las casas a un lado y a otro, pues cada una de ellas murmura sus secretos.
Un servidor no puede ya hacer otra cosa que sentarse en este poyete, cerca de casa, que como le dije las piernas no responden, y uno no tiene más remedio que ver a los que escapan. Los secretos… hombre, quién sino va escapar, ellos, que están guardados, prisioneros.
¿Cómo escapan? pues de qué hablamos, cómo quiere usted que escapen, por la indiscreción de los dueños, cómo si no lo van hacer.
Y lo peor es, que como uno está aquí sentado, sin poder moverse, se les queda, cómo pidiendo refugio. Y no es que un servidor se lo quiera dar, es que se pegan como liria. Luego los dueños te quieren silencio, y si no, ya tenemos conflicto.
Lo mataron de un tiro, ahí delante, apenas le dio tiempo a salir del pueblo. De noche, ahora bien, no me pida que le diga el año, porque no me acuerdo. Llevaba prisas, por eso no le vi la cara.
¿Que por que se que de un tiro?, acaso los tiros son mudos…mire usted aquí en los cerros todo habla, y si te pilla dormido para eso inventaron el eco, que junto a Dios es lo más viejo que vive en los Cerros. Para que repita y repita aunque no se quiera saber, sabe usted y este que vive aquí es cabezón, años puede llevarse sonando.
¿Qué porque lo mataron?, miré, primero quiero decirle que ya son muchos porque, y que a mi no me gusta andar contestando los, y en segundo lugar, que por que va a ser, pues por rencillas, siempre es lo mismo.
No es por desdeñar, pero ese laurel que sea para otro guiso, que este del que pregunta sabe a ofensa, y todos los que la prueban, y por poco que coman, se atragantan. Además quiero aprovechar para decirle que en los Cerros, los forasteros preguntones no gustan.
No es por aparentar, pero uno supo siempre no perturbar el silencio, no molestarlo, que este cuando abre la boca, se sabe que se encabritan los ánimos. Déjalo estar amigo, no ve que los hombres son confusos, y que algunos tienen mala sangre, y que con el desprecio no se les ahuyenta.