Nada es más imperceptible que una planta, pero esto no es porque no se la vea… la planta ya está justo ahí esperando a ser vista.
Es sólo una cuestión de foco, y también, por qué no, un gesto. Nadie presta atención a su permanencia, a su visible quietud y a la irreverente forma en que el viento la pone a gozar, ágil y móvil, a cada instante.
Pues la planta corre en desventaja frente al animal, no puede emitir sonido ni puede propiamente caminar.
Debo decir que en eso, nos parecemos bastante la planta y yo… puesto que gozamos de la quietud más acabada y refulgente del silencio, y ya estando nostálgicos a él, y en su ya ahí, no hacemos más que escuchar los sonidos de lo propiamente vivo y natural, permitiendo que nuestros poros se abran y nuestra piel ya agitada por el roce sexual, tirite y tiemble, sienta en su más profunda y desbordante intensidad.
Pues son sus poros verdes, fibrosos y abiertos los que mezclados me hacen respirar y sentir, un aire lo mismo que extraño, nuevo. Porque siempre he querido y te quiero. O quizá porque al cuerpo vegetal, a sus nervaduras y raíces le cuesta olvidar…
A veces solemos pasar desapercibidas frente al amor y sus coloridos botones… y así como la planta suda, mi ojo tiembla y se derrama en fino y cortante hilo de plata, sutil y lloroso. Pues sin otro y su amorosa relación no hay nada… O me alimento o te alimentas, nunca lo que nos importa es el orden, o la métrica, sólo nos interesa la necesidad, los medios, su notable extrañeza y su hambre… sin Otro que nos vea, nos cobije, nos huela, nos quiera, ya nadie querrá saber de movilidad y de su acción quieta.
Cuando uno escribe crea algo, y a la vez, no crea nada… eso creo ya todos lo sabemos, y en este sentido, no digo nada nuevo.
Sin embargo, de algún modo, escribir hace que eso exista, y que al ligarlo a Otro exista ya de un modo excitante, siempre experimental y ¡fuera de sí! que al relacionarme a Otro todo mi ser cobre nueva vida… No es que pueda aseverar que eso que cobra vida propiamente respire y pueda mantenernos con un espíritu joven
Pero, ¡cómo ayuda respirar sus aires tan frescos, livianos y rítmicos!
Como la hiedra o las madreselvas mi alma y mi cuerpo ya en paralelas se vierten a la inmovilidad para hacerla fluida en ese viaje inmóvil en que me mantienes lenta, flotante, y de vez en cuando… a gran velocidad. Para solo entonces, de tanto en tanto, regar mis pies de noche y sobre la tierra, como si se tratase de raíces, para que como la flor me nombres en su azul 🪻🪻y “no me olvides” porque aunque inmóvil, estoy aquí, lenta, febril, volátil, en ese abrir a punto de florescencia, perfumada y a veces, algo enfermiza de tristeza si no puedes verme, en esa dificultad enorme de hacerse oír de la propia naturaleza. Y es que es por eso que tiritamos y temblamos por vivir, por movernos, que ya es actuar ahora. Esa inmensa movilidad inmóvil que tanto gozamos la planta como yo, nos dan razones para la vuelta a la nostalgia y al amor.
Pero a quién le interesa hoy esos viajes inmóviles vegetales, ancestrales, cósmicos y en que se nutre un común y natural amor…
Pero a pesar de lo placentero y ansiolítico que pueden ser los nuevos opios de los pueblos modernos, que no son más que monocultivo: soja, no han de frenar mi espíritu latente y vivo, que ya cultivado no deja de querer… no se resigna y quiere, y quiere contagiar esa inmensa sensación de exterioridad que sólo se vive ex -istiendo junto a Otro y no en la más hermética, estupefaciente y soporífera soledad. En que ya devenida pájaro, lavanda o clavel, embriagado al verme, me puedes oír, oler, esto es, hacerme viajar hasta el infinito de tus pulmones para regalarte nuevo y potente aire fresco, donde al fin ya mezclados y con aires nuevos, podamos respirar en ese delicado cuidarnos que es componer, en la inusual rutilancia de que con tan sólo vernos todo comience a girar de estrépito, en ese imperturbable, en el imperceptible de esa brizna de hierba:herb:… que nuestro mundo promete y es.