No llegará la aurora, ni estarás en mis brazos,
grávida y tibia, cuando llegue la hora.
No veré llanuras en tus ojos cuando te acaricie
y nadie habrá junto a mí cuando te mire.
Habrá estupor y ruidos sin silencio, disparos
y un funesto resplandor de tanque, bomba y fuego,
y el sol, siempre en su patrio cenit,
nos irá cociendo.
Las ciudades tendrán coberturas negras
y un final a fuego, como Sodoma y Gomorra.
Y habrá hastío y odio tras el hastío y el odio
y, tras el miedo, más miedo.
La muerte recorrerá sus lares
vaciando barracones, hediendo a alcohol.
Sangrienta demencia será lo que veas,
destrucción y hambre, peste,
muerte y exterminio, y luego hedor: Apocalipsis.
Hipocampo, hipogrifo, hipocentauro,
inmolados por la bicorne bestia, el minotauro,
unicornio ejecutado por tricornios,
arrastrado por la tetracorne yunta castrada.
Y luego nada. Nada en mi flamante bola de cristal.
Un poema que se me presenta como muy personal, con un lamento romántico para luego convertirse en una visión sombría del futuro, con imágenes entrelazadas de destrucción y caos, mostrando un panorama apocalíptico y desolador.
Un giro teatral. Ocurre un proceso drástico de transformación en el alma del poeta, que cesa en su planimetria intima y arremete con estupor contra los demonios que pueblan el universo, aplaudo el empleo del feismo para remover la conciencia de los que duermen soñando con la aurora. Apalusos.