Si yo sostengo tu mano ahora
es porque tú me diste la fuerza
sosteniendo la mía tantas veces.
Me guiaste, me ayudaste, me enseñaste,
ofreciste cada una de tus canas
para que yo creciera, fuera y sea.
En esta despedida no deseada pero inevitable
tus ojos tan nobles están serenos,
callados y dulces como siempre lo fueron.
No dejaré de sostener tu mano
mientras pueda acompañaré tu destino.
Como un día me entregaste en mi boda
hoy te entregaré al Dios
en el que siempre confiaste
cumpliendo mi promesa de sonreír
cuando tu espíritu se funda
con la divinidad en el paraíso.
Con la certeza de volver a abrazarte te digo
Adiós, mi profesor, mi mentor y mi amigo.
¡Adiós, Padre mío!