Tú no me vas a poseer
aunque tus hediondas manos
me estén asesinando
y brote mi sangre negra
contra ti mismo,
en un último acto de rebeldía,
esparciendo su identidad
adentrándose en tus uñas
tiñendo tu ropa
empapando tu culpa
salpicando con hervor
tus ridículos intentos de hacerme tuya.
Tú no me vas a poseer
y de repente te das cuenta
y ya no puedes hacer nada
y quieres dejar que te devore tu propio cuerpo
como a mí el mío
y te ofende la vida, la tuya. La mía, que ya no será más.
Y te empiezas a pudrir
antes de que tu piel se seque
antes de que tu sangre, que no era azul,
salga sin descanso de ti para ser nada.
¿Qué sería de la mariposa si no hubiera sido gusano?
¿Qué quería ser la crisálida?
A lo mejor quería ser libélula
vulnerable en la tormenta
bajo la lluvia, que ahoga.
Treinta días de vida,
treinta días de colores, arcoiris.
Alas transparentes
tejidas con el esfuerzo
de quien alza un vuelo en silencio
e inunda de belleza
su efímera existencia,
su cortísima presencia.
Tú no me vas a poseer
mi ser ya no es mi ser
pero no es tuyo, nunca lo fue.
Fue íntimo mi sufrimiento
eso quisieron decir cuando no hicieron nada
para quitarte de mí
para llevarse el miedo, para evitar la sangre
No hicieron nada.
He calado tus huesos con mi último aliento
he inhalado el último gramo de coraje
y te lo he devuelto mirando fijamente tus ojos
y ya los puedes cerrar
no van a descansar.
Me sometiste a la ignominia de la violencia
no me convenciste de tu mísera existencia
Tú no me vas a poseer.
Allá abajo siguen los ruidos,
el humo, el fuego ruinoso rutinario
los sobrevivientes, los que no hacen nada
haciendo sus cosas, sus vidas, sus días,
¿qué pueden saber si no lo han visto?
Del fin de mí brotó un manantial
de recuerdos del viento del verano
del jardín de aquella tarde
cuando tú no existías
cuando tú no habías llegado.
Y eso, que soy yo misma, tú no lo vas a poseer.