Un poeta de melancolía
y naturalezas muertas,
convencido de que sólo
hay belleza
en el dolor.
Mutilado el placer,
el deseo.
Entregado al fantasma
de una muerte
que nunca llega.
La soledad de ese corredor de fondo
a quien olvidaron decirle donde está la meta.
¿Quieres más palabras?
Puedo robar todas las que quiera.
Tengo muchas más,
pero tú desapareces cuando llego,
lanzando conjuros contra nuestro amor,
haciendo imposible todo lo que creía posible.
¿Recuerdas?
Fuimos dos amantes,
empeñados
en inundar
el mundo entero.
¿Recuerdas?
Convertí
tu carne
en pan
y, en vino,
los fluidos
que brotaban
de entre tus piernas.
Porque tú
te fuiste
y yo,
incluso
feliz
a tu lado,
no podía
dejar
de parecer
triste.
Vivimos ahí,
tanto tiempo…
Hasta que decidimos quemar todo el jardín,
rebelándonos ante aquella imposición de amor eterno.
Se quemó hasta la serpiente,
se apagó el sol
y, congelados nuestros cuerpos,
empezamos a sentir la vergüenza
de todos aquellos deseos imposibles.
Porque nuestros cuerpos,
por más que lo intentáramos,
jamás llegarían a fusionarse.