Es la hora atardecida
la que no parece de día ni parece de noche.
Las seis en punto de la tarde nuestra;
la inundada de silencio
que parece que se aferra a las paredes.
Tarde que cierra los párpados cansados
y deja un suspiro flotando en el aire.
Hora de esperar a que llegues cansado
buscando tu simiente y el fogón encendido.
Hora en que se olvida que ya no estás.
¡Nada vuelve a ser lo mismo!
Hasta el sillón ha cambiado de sitio
y las sábanas se han envejecido.
Una metamorfosis en espera
enfrentada a una compañía que no existe.
Los nombres cambian
y el perro olvidó sentarse en la escalera.
Parece que la casa ha perdido su acera,
la familia tiene nuevo significado,
la piel se arruga, la espalda se arquea,
así como se doblan los árboles del parque.
Es la hora atardecida, la que punza, la hora sola,
la que avanza por las tejas con el miedo.
Es el hogar que se deshace…
Son los hijos que se alejan buscando su destino…
Son los cuervos invisibles en espera…
Es la nada…
El repaso que requiere el alma para dar paso a lo inevitable. Todavía, la monotonía, dará lugar a otro forma de corregir, si vamos una vez más, a la justificación de lo predecible. Un instante.
Magníficas letras que expresan la irresistible huída de las horas,las cosas,las personas…la arena del tiempo deslizándose en cada recuerdo…Un gran abrazo, Lucía!!