Me siento con ellas, me escuchan, las leo,
las visto de verso y después… me dejan.
Vuelvo a mirar y aunque ya se han ido,
les hago un collar con las letras que me quedan.
Les grito palabras, me gritan silencio,
les borro de las líneas sus frases hechas
y cuando ya, cansado de llorar las lloro
por no poder leer las últimas palabras de mi libreta,
se me vuelven pájaros de papel las hojas en blanco
y barcos a la deriva el aire de mis poemas.
Y la luz se apaga por dentro,
mis ojos me crecen. La veo, es ella,
con la última página entre sus manos
subrayando mi ‘te quiero’ con la piel de su respuesta.
La invito a un baile, enciendo la radio,
le marco el compás golpeando con mis dedos en la mesa,
me nacen consonantes entre el mantel y los platos,
aletean las rimas entre dos copas llenas de estrellas.
Se me hace la vida sueño
y los sueños ya no son más que palabras de poeta
que al ser escritas me crecen entre los dedos,
escalan mis manos, cruzan mi cuello y me besan a ciegas
Y yo, como si fuese el muelle en un juguete roto,
giro y vuelvo a girar la cara para sorprenderla mientras me mira
y en un momento de descuido llegar a sus labios,
besarla, quererla, empezar con un ‘te quiero’ y seguir con ella toda mi vida.