Mi casa está donde mi cuerpo está.
Mis penas, mis alegrías, mis torpezas.
Llevando la historia encima, la mía,
y la de todos los que me recuerdan.
Desgastando con el tiempo la piel,
como un traje raído, de tanta espera,
de tanto revolcarme con la ilusión.
Desarmando mi inconsistencia.
Fluyendo mi lánguida esencia
y abrazando mis extremidades,
que juegan a construir un patio
donde puedan huir mis desvelos
y donde se ajusten los pliegues
que la urdiembre de los años
(a la que puedes llamar vida, o no)
ha dejado sobre esta piel de otoño.
Mi casa es donde mi sombra duerme,
donde ninguna casa puede estar,
y el cielo descansa adentro, quieto,
en reunión con la tierra que un día
con paciencia me reclamará.
En tanto, hay días aún de tibio sol,
en los que rota la tierra en silencio
y el viento deja oír algunos cantos,
desde algún lugar de la imaginación,
que invitan a remover los cimientos.
Rodar es hacerse uno con el universo.
Verso, música, luz, y eterna piel de amor.
Creo que es un poema a tener en cuenta a la hora de leer otros poemas tuyos, es como una recopilación de datos internos, aflorados en versos y con patente temporal.
Las metáforas equilibran , por su belleza, el concepto residual de lo inevitable…
Me gusta, es muy reflexivo, sin prisas en el alma.
Muchas gracias estimado Pedro. Tu reflexión es muy valiosa, pues refuerza esa visión interior mía, que es al tiempo personal como literaria, aunque en el ejercicio de la poesía sea difícil distinguir qué es propio, qué es proyección o qué es ficción, pues en los versos se funde la experiencia y se puede crear o recrear un universo. Un abrazo.
