Memoria de papel

Estaba completamente despierto, un poco inconsciente de haber pasado el umbral entre los dos mundos, pero despierto. Se sentó dejando que el calor de las cobijas le abandonara poco a poco y posó su espalda pesadamente contra el respaldar de la cama. Sabía con total seguridad que faltarían un par de horas antes que amaneciera, estiró el brazo y ahí estaba la caja de fósforos que abrió con cuidado; ya antes se le habían caído y era una desgracia y un contratiempo tener que recogerlos uno a uno. Encendió un fosforo y con el, una vela de la que ya solo quedaba una tercera parte.

La tenue luz de la vela iluminó la habitación, empapelada las paredes, llenas con pequeñas letras ilegibles desde donde se encontraba, sabía que cada papel estaba escrito con su puño y letra. Sabía también que faltaba una hora y cincuenta minutos para que el sol le permitiera continuar con su santo oficio, con el proceso casi interminable de acumular cada una de sus memorias y ponerlas en orden cronológico en las paredes, donde cada vez quedaba menos espacio.

Con los primeros rayos de luz provenientes de la ventana se levantó trabajosamente, pensó que no serían más de las 5:30 am, cosa que confirmó una vez que pudo acercarse lo suficiente como para ver el reloj colgado sobre la puerta de la cocina. Entró al baño y tardó lo habitual, quince minutos, al ser las 6:00 am ya estaba listo para desayunar.

El desayuno fue el mismo de siempre, con el único cambio de que un recuerdo le hizo demorar lo suficiente como para que se quemaran las tostadas, las que comió de mala gana, casi malhumorado. A las 6:30 am se sentó frente a su escritorio, delante de la única ventana que tenía en su habitación.

Escribió sin parar hasta que sin saberlo el reloj marcó la 1:00 pm. Su tiempo de almuerzo lo utilizaba haciendo valer cada minuto, comer era una actividad banal comparada con la santa labor de escribir sus memorias. Como cada día tardó treinta minutos en preparar los alimentos y diez en consumirlos.

El resto de la tarde transcurrió entre ejercicios mentales y su mano que dejaba negras letras en el papel amarillento; esto le dejo una leve jaqueca y un hormigueo en la muñeca según era normal. A las 5:00 pm cuando la luz comenzaba a atenuar, tomó las notas, las ojeo y comenzó a pegarlas en un espacio vacío de la pared por las esquinas superiores del papel con tachuelas. Veintiséis páginas en total, dos menos que el día anterior y diez menos que la semana pasada. Los signos eran ya inequívocos.

Antes de las 6:00 pm, la luz era escasa por lo que tardó poco en prepararse para dormir, las cobijas le cubrieron el rostro cuando las manecillas del reloj marcaban las 6:14 pm.

Abrió los ojos, no sabía dónde estaba, por instinto estiro su mano y tomo la cajetilla de fósforos, rasgo uno y encendió la vela. La tenue luz le permitió ver sus manos menudas y temblorosas. La pared del frente estaba completamente empapelada igual la de su derecha, en la de la izquierda quedaba un espacio pequeño sin rellenar; todo parecía nuevo, extraño y peligroso. Se incorporó haciendo tal vez el esfuerzo más grande de su vida o al menos eso parecía, camino con pasos cortos la distancia que le separaba de la pared más cercana, con la vela en la mano. Los papeles religiosamente pegados de la pared no tenían sentido, había en ellos garabatos inentendibles para él y aunque una brisa lejana les hacía familiares, eran imposibles de entender.

El miedo le recorrió la espina y tuvo entonces la certeza que el día había llegado. Sin pensarlo acerco la lumbre de la vela a la esquina inferior del último de los manuscritos, en cuanto lo vio arder, sin prisa retomó su sitio en la cama. El reloj colgado en la pared indicaba que faltaba poco menos de un par de horas para amanecer.

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