Embutido en mi traje de astronauta
con la mar de fondo de compañera
y el reflejo de la luna de testigo
me acompaña la quimera del destino
al abismo de la noche negra
donde habitan los fantasmas
de un invierno que quema
mis afligidas entrañas
teñidas de ausencias.
Avaricioso subterfugio
que me aleja de la luz auxiliadora
otrora componente de un paisaje
en que la bruma blanca
ocultaba mis delirios de poeta
moribundo en el reflejo
de un charco de agua de lluvia
que reflejaba el infinito
de nubes grises de nostalgia.
Poderoso algoritmo era
el inframundo carmesí
donde habitaban los difuntos
de una ingente masa de pensadores
de ideas superfluas y vanas
que dormían boca abajo
cual murciélagos enormes
perdidos en su propia añoranza
sobrevolando la incertidumbre.
El agua de Carabaña
cicatrizaba mis heridas
aunque sangraba por dentro
mi memoria apelmazada
anclada a los designios del destino
cruelmente olvidadizo
de los trazos del tiempo
sobre la piel que habito
que da cobijo a mi esperanza.
Se escapa la vida por las costuras
se aleja el tiempo por el segundero
se olvida la memoria en el recuerdo
se estrechan los caminos del porvenir
se destruyen los castillos del amor
se vacían las cuevas del deseo
se evaporan las nubes de la libertad
se llenan los poros de soledad
y al final no nos queda nada.
Sólo la tristeza.