Me pintas con tus ojos de almendra,
de madera caída en desgracia,
de ruiseñor que olvidó su canto.
Me nombras,
y la luz de tu voz
suena a río que viene de lejos.
Me halagas con tus dedos
de pétalo de rosa,
de nube empujada por el viento,
y me nombras
en la oscuridad del lamento.
Me nombras…
Bautizas este corazón
que se creía muerto,
lo sacas de su cajita de cemento.
Y me nombras con tu susurro
de tormenta de verano,
me gritas en la noche
de blancos cuartos.
Sabes mi nombre de llanto,
de silencio rebosado.
Me tomas en tus manos
y me sigues nombrando.
Con tu murmullo de grito encarcelado,
de sortilegio pagano…
me sigues nombrando.
Y me caigo en tu suave manto,
en la noche tibia de tu regazo.
Me muero, me mato,
y sigo viviendo de tus manos.
Me cortas el sollozo con tus brazos,
me das de beber de tus labios.
¿Dónde estabas
en las noches desnudas de desánimo?
¿Dónde escondido estaba tu nombre?
Y ahora que poco tienen mis labios,
solo me nace decirte…
Te amo.