Sentada sobre la arena
observo el avance metódico de la marea
mientras me enredo en recuerdos
que emergen como gritos escondidos.
Poemas sin empezar,
me digo.
Imágenes solitarias
que flotan como mariposas
hasta convertirse en palabras
sobre papel.
Mariposas azules,
añado,
y un lago solitario donde flotar.
Un dobladillo de ternura me invade
empujándome, para mi sorpresa,
a un gran acto de valentía.
Pronuncio la palabra,
todo se ralentiza
y floto bajo un cielo luminoso
dejándome llevar
por sus misteriosas corrientes.
Abro los ojos,
sigo sentada sobre la blanca arena
y una mariposa azul
palpita sobre mi mano.
Florezco.
Mientras, la marea sube lentamente.