En el gerundio de la evocación
se circunscribe la memoria
de lo arrinconado en el desván,
se descalabran calaveras añejas,
descarnadas en hueso y marfil.
El pensamiento es esquivo,
sobre todo en invierno,
cuando los madroños
sienten el frío de la soledad
y sus trompetas olvidadas
sobreviven de recuerdos
de primaveras pasadas.
Las marionetas deambulan sin hilos
por una vida insustancial y anodina
mientras el guiñol sigue la historia
desdibujada en risas pueriles,
escrita en retazos de imaginación.
Los recodos del ayer nos acogen
cual fantasmas en blanco satén,
guarecidos de miedos infantiles
surgidos al abandonar la pubertad
cuando el miedo nos atrapa
en esa cárcel sin barrotes,
de la que no se puede escapar.
Siento el frio de la guadaña
que siega la mies cuando está alta
y no nos deja ver el más allá
en lo recóndito de la erudición
ni en la sencillez de la ignorancia.
Diletante espectro confundido
intentando alcanzar el infinito,
perdido en el brillo mate de la galaxia
que me atrapa en sus tentáculos,
flagelos de vida inexpugnable
que destruye la memoria quebradiza.
Se desperezan los sueños acaecidos
en tiempos de batallas ancestrales
donde el sol hace tiempo que no brilla,
me adentro en la neblina de los muertos
en la bruma gris mi silueta se difumina,
y entre las sombras por fin se desvanece.