Marina

Dice llamarse Marina
su oleaje verbal es tenue,
tiene la fragilidad de los corales,
sus manos sugieren algas puntiagudas
sumergidas en el detergente
mientras lava los platos del desayuno
y la espuma disimula
las caricias de nuestra madrugada.

Escala mi cuerpo como una marea
que cubre la soledad de las horas,
entonces jugamos con el reloj de arena,
tenemos media hora para inventarnos
desbordados de caricias nuevas
sobre los viejos símbolos.

Ella es el agua bautismal que confirma
en la burbuja del tiempo
el último grano de arena enamorado.

Dice llamarse Marina
y sufre de alergia a la lluvia,
le duelen los pezones, se queja con ternura,
libera lágrimas que carecen de llanto,
piensa en sus hijas y sus tareas pendientes de la escuela,
en mí escoge refugiarse,
para disimular las consecuencias del invierno.

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