Mamá me abandonó
en unas tierras
que laten y chirrían
como una herida.
Podría apagar la calle y los metales,
los grillos de satán
y el dolor que espaldea
en mis entrañas.
Mamá, hay lobos en mi cama
y los zumbidos arañan las paredes.
¿Por qué no puedo apagarlo todo?
Moriré mientras duermes
para sorprender al sueño agorero,
allí, donde se enrosca el sol
en su madriguera.
Quiero que me olvides
aunque te sepa
la boca a cristales
y sientas, para siempre,
que te falta algo.
(Hay cenizas en tu útero)
No me busques,
no me llores,
y si lo haces
no asumas que es por mí.
Menstrúa sobre los añicos
de mi última madrugada.
Yo me meceré por ti.
Yo me mimaré por ti
y estiraré tu calor
sobre mí bagazo.
En tu vientre pastará
el silencio de quién no existió.
En tu mente,
y no sabrás porqué, mamá,
se arremolinarán
los pétalos de un hijo muerto.