Pablo
Era demasiado temprano para cerrar una noche ligada al alcohol, pero demasiado tarde para no volver a casa. No solo había llovido en la garganta de Pablo, las calles de piedra estaban encharcadas por las lluvias de las últimas horas, precipitaciones del alma o el gran meado de los Ángeles, el ron con cola daba vueltas como un tornado entre palabras y pensamientos de borracho.
¡Hijos de puta!.
Exclamaba Pablo perdido en un zigzag errático.
¡Sois todos unos cabrones…. putos cabrones de mierda…!
Se había llevado el vaso con las últimas gotas de decencia entre los hielos pegado a la mano como si la vida le fuese en ello para terminar su alegato de palabrería chabacana estrellándose contra el muro de una casa, marcando cada metro y cada momento de cristales de rabia para dejarse caer contra el suelo rendido en su propio vómito, en un profundo sueño.
Sara
Llaman a la puerta, el timbre se hacía molesto. Sara se pone una camiseta y mira por la mirilla, se echa la mano a la cabeza y suspira profundamente, son las seis de la mañana. Un par de policías locales traen a Pablo aún bastante mareado, con la ropa sucia de su momento frágil de estómago y preguntándole si lo conoce se lo plantan en la cocina después de un resignado “si”.