Maldigo los llantos
lejanos que escucho
porque ellos al menos
son valientes.
Maldigo el silencio
que no encuentro,
la almohada dura
de todas las noches.
Maldigo el polvo de los libros
que cae encima mía
cuando me topo con la pared
intentando dormir
dando vueltas sobre mí mismo,
como si fuera una peonza.
Maldigo la tristeza
de todo lo alegre
que me ha traído
donde estoy,
sin admitir
lo que he sido,
lo que soy
y lo que seré.
Maldigo aquel libro
que me hizo pensar
y maldigo todo
lo que me pueda replantear.
Maldigo madrugar
todas las noches
y acostarme tan temprano
por las mañanas.
Maldigo no saber
qué habrá debajo de mi cama,
no sé si seré yo
quien estará mañana
ahí colgado.
Maldigo el miedo
de no saber
qué será de mí
mañana.