¡Ay, luna bonita!
¿Quién fue el caprichoso?
Algún orgulloso te mordió
con sus dientes congelados
por el frío de su lengua,
y el muy arrogante
se tragó tu otra mitad.
Montañas orgullosas
llenas de algarabía y recelo,
se han engullido, vilmente,
el solemne cuerpo inmarcesible,
y bebido paulatinamente
la luminosa porción
del astro tranquilo y candente
que ilumina el cielo desolado
que ha dejado sol
cuando se jubila a la par del día.
Estrellas envidiosas,
han cometido
el mayor robo galáctico;
a la luna le cegaron los ojos,
y esta de un grito zigzagueó
inmutable,
y ante sus agresores sucumbió.
Hoy deslumbran
en el cielo oscurecido
con el ajeno brillo
de su energía robada;
se burlan risueñas,
humillando con su sonrisa
a la luna adolorida
mientras usan sus vestidos
jactándose vulgarmente.
Secuestraron amargadas
al tranquilo silencio
que rondaba indiferente
entre el jardín botánico
de astros y cometas
que se abrazaba entre la luna
llenando de alimento sus campos.
¡Ay, luna eterna!
¿será que la dulce princesa
de pelo castaño y ardiente,
calcinó con sus dedos candentes
a la vasta extensión
de tu cara fluorescente?
No sé, lunita, no sé,
y, si no ha sido ella,
ruégale entonces
para que su intrínseca luz
sea el lápiz y el pincel
que dibujen y detallen
el otro pedazo
de tu cuerpo arrebatado.
No quiero verte demacrada
ni que seas medialuna,
quiero que cese tu hambre
y verte llena, redonda
y deslumbrante.