La vida. Naces, eres infante, creces. Tu primer berrinche, el primer juguete. Te caes, te ensucias de lodo. Tu primer amor, encuentro con la dura experiencia, el primer corazón roto: sientes que se te va la vida. Tu primera vez; te das cuenta de que la vida no es un cuento de hadas. La primera vez que fuiste rebelde ante tu familia. De pronto, debes elegir qué hacer con tu vida, cuidarte solx. Tu primer trabajo, ¿sueldo? Ya eres adultx. Agenda llena, impuestos que pagar, quehaceres por terminar, una vida por vivir. ¿Una familia por hacer? ¿Vida independiente? Licenciaturas, diplomados, trabajos, títulos, maestrías, y por qué no un doctorado: en eso unx se fija. Más, más, más y más; nos exigen más, ¿necesitamos más?
Todo aquello que viviste en tu memoria navegará, pero la memoria viajará directo al olvido; un vuelo de ida, sin retorno. En tu camino naces, creces y, con suerte, puedes detenerte a vivir, pues el mundo siempre te pide más y sin tiempo para descansar. Cuando te mueras, en tu obituario no saldrán tus títulos profesionales y menos si tenías un trabajo bien pagado. ¿Qué dejas aquí, en la gente que tuvo el placer de conocerte y en las almas que de ti podrían enriquecerse?
¿Cómo no hacer que tu muerte se lleve todo de ti? ¿Qué puedes dejar? ¿Qué se resiste rebeldemente en contra del olvido después del detenimiento de tu corazón?
En los recuerdos fincamos nuestra identidad. Has aprendido a la buena o a la mala: eso lo sabes tú y solo tú, pero ¿qué es lo que recuerdas de tu vida? Estudios escritos donde el conocimiento también se rehusó a navegar al olvido —dicen que no recordarás el 60% de lo que escuchas diariamente—. ¿Qué has olvidado? No lo recuerdas, ¿cierto? Las memorias que descansan solas en tu cabeza son frágiles y tienden al olvido. Algún día, los recuerdos que se rehúsaron a plasmarse en palabras, que no se resistieron a la fragilidad de una buena memoria, serán imposibles de traer al presente, ¿y dónde quedan? Pues quién sabe.
Olvidar nos llena de miedo. El recuerdo de tu primer amor, ese primer corazón roto, el aprendizaje más importante de tu vida, tu infancia, aquél recuerdo por el que aún te emocionas o esa mala experiencia de la que aprendiste: lamento informarte que las vas a olvidar todas. Si tu memoria no lo deshecha primero, tu muerte lo hará.
Hay personas que dejan sus más importantes pinturas, su prestigio en partituras, pero ¿te has detenido a pensar que escribir– algo que es posible que realices todos los días– puede ser tu más grande acto de resistencia?
La gente que escribe, sin querer o con intención, se resiste a olvidar, se rehúsan a olvidar quiénes son, a dejar que les olviden. Eventualmente, cuando la memoria quiera caer al vacío, las almas que escribieron podrán regresar al papel y ahí, en esas líneas, se recordarán. Como decía Andy Warhol: “El chiste de la vida no es vivir para siempre, es crear algo que sí lo haga”.
Escribir te hace libre en un par de líneas: aquí no le debes nada a nadie. Escribir es ser rebelde contra un mundo que dice que soñar no es lo más importante. Es una zona incómodamente tranquila donde eres libre contigo y para otrxs, para el presente que vives, para el futuro que puede aprender de tu ahora, y para la gente que no te conocerá en persona, pero lo hará por lo que escribiste esa noche a media luz de luna, o en esa tarde donde tus anhelos volaban, como halcones, más rápido que la luz.
Hay gente que escribe en libertad física, o entre rejas; que escribe por diversión –o aburrimiento– o como motor de esperanza. Niños, niñas, niñxs, que escribieron sus futuros esperando salir del infierno en que estaban encerradxs, con ellxs, en esos alambres con púas. Fue gente que no le tuvo miedo a la crítica; fueron las personas que escribieron esperando salir de sus pesadillas. La gente que escribió, que es libre y desconfia de su memoria, decidió ser rebelde. Es recordada en cada línea, cada palabra pronunciada por la herencia voluntaria de su recuerdo. Escribir es una revolución de generosidad, de valentía, de fortaleza para no tenerle miedo al qué dirán. Escribir es un acto de servicio: es disponerte a otros corazones, es tener una plática con las descendencias que no han nacido aún.
La escritura es humana, es aquello que desconfía de los títulos que recibes, que no cree en la memoria que te acompaña en vida y te abandona cuando mueres. La escritura es compartir, es dar, es recibir. Escribir es hacer pública tu libertad, es tu revolución contra lo que te dicen que debes ser. Escribir es ser rebelde contra el mundo que te dice que tu estadía es insignificante, que eres insignificante. No eres solo polvo en este vasto universo, escribir te enseña que eres más que eso.
Así que escribe. No dejes de hacerlo, porque en las libretas donde fuiste libre, compartir te dejará vivx toda la vida. Evoca tus recuerdos y plásmalos para otrxs; para que, después de tu muerte, tu vida le gane la batalla al olvido y llegue a tocar otros corazones. No te quedes con lo que vives, pues, quien se queda con lo que sueña, lo pierde para todxs. Sé valiente, sé rebelde en tu vida y serás inmortal para los ojos que te lean después de que tu memoria llegó a su destino: la muerte y el olvido.
Vive, muere y resucita.
“Escribir es abonar a esta gran escalera de la humanidad donde nadie empieza en el vacío.”
- Ana Paula Hernández Romano, filósofa mexicana.