Todo comenzó con un anuncio en televisión. Unos muñecos nuevos acaparaban todos los canales: eran grotescos, con ojos demasiado grandes y piel casi real. A pesar de su aspecto perturbador, los niños los adoraban. Los llamaban “Reales”, y se vendían como pan caliente.
Una tarde, mi familia y yo fuimos a Vigo, aprovechando que había una fiesta en la ciudad. Entre luces y música, paseábamos por las calles repletas de gente. Fue entonces cuando lo vi por primera vez: uno de esos muñecos, tirado en un contenedor de basura. Mi sobrina de cinco años lo señaló con entusiasmo.
—¡Mira, tía! ¡Un Real!
—Ni se te ocurra —le dije. Estaba sucio, abandonado… y algo en su expresión no estaba bien. Sus ojos, tristes en un principio, cambiaron justo cuando lo miré más de cerca. Se iluminaron como si tuvieran vida. Sentí un escalofrío. Me alejé corriendo.
Intenté contárselo a mi hermana, pero no me creyó.
Seguimos caminando por la ciudad. Cada calle parecía más extraña que la anterior. Entramos a un bar. Todo parecía normal, hasta que un chico en una mesa alta comenzó a golpearla con fuerza. Sus ojos también brillaban. Idénticos a los del muñeco.
Mi piel se erizó. Algo no estaba bien.
—No pidáis nada —le susurré a todos—. Tenemos que irnos. Aquí está pasando algo raro.
Mi hermana por fin me hizo caso. Cuando llegó la camarera con la comanda, ya estábamos recogiendo nuestras cosas. Sus ojos también me seguían al andar. Me sentía observada, vigilada.
Al salir, las calles eran un caos: gente riendo sin sentido, otros gritando, algunos bailando en mitad de la carretera. Un gato solitario se nos unió, siguiéndonos. Cruzó corriendo hacia una fuente y comenzó a sacar pequeñas conchas del agua, devorándolas con desesperación.
Queríamos huir de ese lugar.
Fuimos a otro bar, más tranquilo. O eso parecía. Al entrar, una figura familiar apareció tras la barra: la misma mujer del bar anterior… o alguien idéntico. Me dije que era mi imaginación.
Nos sentamos. Pedimos algo. Pero cuando estaba a punto de beber, mis amigos se levantaron de golpe y salieron corriendo. Yo los seguí. La mujer salió también, y al pasar junto a mí me lanzó una moneda al suelo.
—Tu cambio —dijo.
—¿Por qué al suelo? —pregunté confundida.
Ella me miró con ojos brillantes, tomó mis manos y dijo con voz suave:
—Va siendo tu hora.
Mi entorno cambió al instante. El suelo desapareció. Frente a mí, una carretera se convertía en un acantilado ardiente que caía hacia un mar lleno de rocas incandescentes. Un hombre que estaba a unos metros salió corriendo y saltó, desapareciendo entre las llamas.
Busqué a mi familia. Ya no estaban.
Intenté escapar. Pero mis piernas no respondían. Todo se deshacía a mi alrededor, como si el mundo estuviera siendo borrado.
Y entonces… desperté. O al menos eso creí.
Porque al abrir los ojos, el anuncio de los muñecos volvía a sonar en la televisión. Todo estaba empezando otra vez.
Esto fue un sueño que tuve hoy. Tan vívido y extraño que parecía real. Lo comparto porque aún me tiene pensando…