La mente con sus ojos tiranos
y el frágil sentir del corazón
se confabulan en
la víspera del silencio
para pintar con óleos refulgentes
o sombríos acrílicos
los lienzos del amor
o cuadros del desamor.
En la galería de la vida se
exhibe sus místicos retratos.
Atisbo uno de ellos con asombro y desencanto…
Un cielo con pálido y alicaído rostro,
el viento con alas rotas,
un puente con desfallecido cuerpo,
el arroyo sediento y
moribundo,
un campo con piel desnuda y rasgada,
una paloma que sangra por su pecho.
Ahora, observo el otro; con embeleso y seducción.
Un sonriente cielo paladeando
exquisitos bombones
de azúcar blanco,
el viento que acaricia
los rizos de los árboles,
un campo que canta
su verde alegría,
un puente que erguido
abraza al cristalino arroyo,
mariposas exhibiendo sus
trajes de última moda,
dos tórtolos uniendo sus
tiernos picos
en frenético romance.
De pronto, una voz
retumba en mi mente,
recalcando:
No hay pinceles malvados
o benévolos.
El corazón artista sólo plasma
en su lienzo sentimental
la luz que ilumina la mirada
de sus hábiles manos.
Luces o sombras.
Dos pintores retrataron el
mismo paisaje.
Uno lo percibió con
los ojos del amor.
El otro, con la desilusionada
visión del desamor.
Son fotografías
instantáneas de sus almas.
¡Precioso poema, profesor!
¡Lleno de matices! (si me permite tomar prestado su alusión a los pintores)
“Fotografías instantáneas de sus almas”
…lo que sienten es lo que plasman!
O, al menos, es el filtro por el cuál pasan sus obras, de sus ojos, a sus manos …a nosotros.
¡Bravo, profesor, bravo!