A Trinidad los hijos no le nacieron, y salió a buscarlos, donde la niebla se achanta, en la mina. Trinidad camina indecisa, ubicando cada cosa en su sitio.
Tomó para el lado de la mina, porque le dijeron que empleaban niños, y que luego cuando estaban gastados, los abandonan, porque no rentan lo que se comen, y que estos se perdían en el vientre de los buitres.
Lo hacían desde que los hombres se revolvieron contra los amos y estos mandaron a los matones. Y los asesinaron, luego solo quedó mujeres y niños para sacar el mineral. Y como el hambre aprieta se tuvieron que emplear.
Hasta que faltaron niños, porque desde que los mineros lucharon contra los fusiles, escaseaban padres, porque los mataron, y porque morían extenuados.
Las mujeres que preñaban, malparían en la mina. Sus cuerpos eran túneles para la muerte, recogían el veneno de las galerías y todo moría en ellas, hasta que ellas mismas lo hacían, y las que sobrevivían… las poseía la esterilidad de la niebla.
Trinidad quiso preñar, pero cuando estaba en ello le mataron el hombre. Trinidad buscaba los hijos porque los necesitaba, porque la mina le mató al padre de los de su vientre, y porque ella era como la tierra del Páramo, seca, resentida y dura.
Y cuando ubicó el lugar donde los hijos tenían que aparecer, extendió una estera bajo la higuera bravía y espero.
Un día que amaneció algo más pronto, Trinidad vio pasar al silencio, que presuroso se dirigía a la mina. E inquietó a Trinidad, que durante mucho tiempo aguardó en la boca de la niebla, que el silencio se marchara, porque mientras él estuviera dentro, el tiempo no se movería.
Pero hasta este se pudre en ella. Y entonces la niebla dejó salir a los presos, y Trinidad conoció a sus hijos. Cuando los recogió, les limpió los churretes negros de la cara, los amparó con el calor intacto de madre, el que aun no había utilizado… lo que no pudo lavar, fue la oscuridad de pozo que portaba sus ojos.
A Trinidad los hijos no le duraron para ponerles nombre, envejecieron antes de crecer. Cuando les nació en aquel parto de la niebla, ya habían empezado a secarse, de pisar tanto mercurio en las galerías.
Lo que procuró Trinidad con toda la ansiedad del amor, fue darles sopas de agua de manantial, tan escasas en el Páramo, sobre todo al pequeño para cortar aquellas cagaleras, que lo iba disminuyendo poco a poco en una languidez de apatía y tristeza.
Trinidad luchó con coraje contra la muerte, pero esta le arrebató a los pequeños, en una semana. La mina era una fiera hambrienta y se los entregó destrozados. Eso decía Trinidad en sus lamentos.
Trinidad los tiene enterrados en el lugar más bonito del pueblo del Secarral, en su corral, bajo los tilos que florecen en marzo. En ese lugar la luz siembra recuerdos amables.
Trinidad tiene a sus hijos enterrados…sí, pero los tiene y los cuida, y dice que los tilos sollozan en las noches de verano, pero ella coge la mecedora y los acompaña hasta que se les pasa el miedo.
Me dice también que algunas noches Homero, el perro del Páramo, duerme entre las tumbas y que esto le da alegría, porque este perro es el amigo más entrañable que tienen los muertos del Páramo.
Ya termino, solo decirles que me llamó Baldomero y que recorro en mi dragón las infinitas tristeza del Páramo, mientras el tiempo quiera.