Lo aparentemente justo

No andes en caza por saber dónde escondo
el arsenal de entelequias,
y de dicciones sicarias,
el baladrón ineludible de mis flaquezas
cuando nadie es más necio,
el desgarre de mis silencios,
el temblor de mis lados ocultos,
la invención de una historia
donde no seas siempre tú
el tifón y el punto de inflexión.
Invocarte en mi propio muro de los lamentos,
espolvorear pétalos de tu pecho
en el golpeteo de las gotas de lluvia,
el sarcasmo de adaptarme a florituras,
a esta concesión de perdones y lecciones,
a la forma animal en que reviento
cuadrillas de porqués cuando te extraño,
enviarte un beso preocupantemente precipitado
que implosione tu boca
en las noches sin cuadratura.

No puedo conmigo,
en realidad nadie puede,
no pueden las pesadillas
ni tampoco tu risa
jugando con mi cordura
a las escondidillas.
Sigo esperando tu aroma
al pie de mi cama,
la caravana de nuestros cuerpos
explayando las hermosura fugaz
de consonantes a un paraíso.
Desearía supieras cuánto me enojan
las horas corriendo
que parecen normales,
talar tus ojos verdes
y el campanario de los recuerdos,
enterrar los días soleados,
dinamitar las calles
donde tu mano estuvo en mi mano,
las canciones escritas para nosotros,
desbaratar el satín de los versos
que temían presentirnos
dos centímetros lejos…

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