La tarde de deshace en llanto de lluvia fresca. Las cuencas de las hojas, el refugio breve de las primeras gotas que se suspenden perecederas y caen sobre la tierra seca, agobiada. Se desprenden entonces, empujadas por las siguientes gotas que se acumulan como catervas transparentes y frías. Martillea la lluvia sobre las aves abrumadas que prontamente encuentran un hueco donde asilar hasta el escampe. Llueve la tarde su delicia azul y el rigor de un gris profundo la confunde con la noche. Llueve como siempre en este campo, que es tan mío de tanto amarlo. Sumerjo mi dolor en la inundación del valle; lo ahogo con mis manos. Aún así, no puedo evitar venirse mi cielo abajo.
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