Mañana insomne de gris amanecida
en día hostil
de indolencia persistente.
Salí a la calle solitaria
buscando respirar lo respirable.
Tomé la senda que aún conserva
las huellas lentas de mi caminar sereno…
y levanté la vista con desgana.
(El campo lucía gris estampa.)
Oscuros nubarrones emborronando
el horizonte,
salpicando de negros mi mirada.
Me detuve en un ribazo a contemplarlos,
a serenar mi aliento que soplaba
un nosequé
de congoja y desaliento.
Y cerré mis ojos lentamente.
Aspiré fuertemente los aromas
vivificantes de la tierra
y, de parte a parte, traspasó mi cuerpo
la humedad densa que la lluvia
se dejó olvidada
en esa noche del invierno.
¡Y fue como un estallido repentino…!
Como adentrarse en lo profundo
de la tierra
buscando las raíces de la vida.
Como empaparse en savia dulce
y embriagarse;
como sentir que nacen ramas en tus brazos
y en las manos flores blancas.
Y ver crecer tu árbol en un silencio hondo.
Fue como abrazar la madre Tierra,
como escuchar su voz cálida y grave
en un paisaje atávico y remoto.
…
Y me dejé mecer por una brisa blanda…
Y abrí mis ojos lentos…
…
Volvió a sonar la lluvia, quedamente,
sobre las hojas brillantes de un naranjo.
La oscuridad de nubarrones grises
cubría la desnuda
soledad de las higueras.
Tembló de pronto el aire
en rápidos aleteos
de los pájaros cercanos.
Y se estremeció el paisaje
en un suspiro húmedo y subterráneo
de latido,
de auténtico quejido vegetal…
La Tierra tiembla toda...
¿...de qué se quejará?
Foto de mi amiga Lola González.