Una marca en tu vientre
es el trazo de un puño valeroso,
la frontera audaz entre
un ruego silencioso
y el caos que circunda tu reposo.
Tu imagen, desterrada
del espejo donde ya no te miras,
emerge de la nada,
lo mismo que estas liras,
para ondear la voz de sus mentiras.
¿Qué importa si tus ojos
fueron confidentes de tu belleza,
si ahora entre despojos
de tu propia incerteza,
no aprecias la virtud de tu grandeza?
Sabes que el nuevo día,
que otra vez despierta con la locura
de un cuerpo en rebeldía,
hallará su cordura
allá donde suspira la ternura;
allá donde el legado
de tu carne alivia tu torso herido.
Recuerda que has ganado,
recuerda que has vencido;
tu valor, el grito de un ser ungido.
Ungido por dar vida;
porque no hay dolor que contigo acabe,
ni palabra prohibida
que tu obra menoscabe;
solo quien así ha parido lo sabe.