Lidia

Hoy tuve una cita con Lidia, la chica de la clase de arte prerrománico. La asignatura es un coñazo, pero no hay mal que por bien no venga. Y vino Lidia.

Quedamos sobre las seis, para ver una expo de arte naíf.
Fuimos luego dando un largo garbeo por la zona vieja. Le comenté que la ciudad en tardes lluviosas, me recuerda a los grises de Caillebotte.
Tomamos un café en el Bar Literarios. Visitamos más tarde la casa en dónde Hemingway se cogería más de una moña y los lugares en los que Rosalía dejó su huella. Le solté algunas notas biográficas de los susodichos, que le sorprendieron gratamente.
Empezaba a oscurecer, nos despedimos, no sin antes invitarla a quedar otro viernes.

De camino a casa, me dio por reflexionar sobre cómo son las cosas, y por adivinar cómo podían ser antes. Antes de Google, quería decir.
Como serían las citas, las ciudades, los cafés con leche, que pinta tendrían los días entonces, en aquellos tiempos de amor analógico.
Quizás reinaba lo sencillo y todo fluía, así la lluvia en un paraguas.
Al fin y al cabo, el sabor de un barquillo y el color de los árboles son temas tan trascendentales como cualquier otro.

Puede tal vez, que las cosas y los tiempos, sean siempre iguales, o parecidos, y sólo cambien las gentes que las manosean y los desgastan.
Puede tal vez, que debamos apagarnos un rato y dedicarnos a contemplar como camina el mundo y escuchar la lluvia caer, sin otra tecnología que el arrullo de las palomas. Y no hacer otra cosa, ni esperar que suceda nada más.
Tenía razón mi abuela cuando me decía: “la vida son versos escritos en prosa, disfruta cada uno de ellos”.

Creo que he de hablar con Lidia sobre esto.
Le diré que no tengo ni idea de arte naíf, ni de pintores franceses, ni de literatura universal, que ni siquiera frecuento los museos, que me lo ha chivado todo la Wikipedia. Le diré que me encantan sus ojos y esa forma que tienen de evitar los míos. Le diré también que me gustaría compartir con ella algo más que hashtags.

Aún estoy a tiempo de alcanzar a Lidia y confesarlo todo.

O mejor aún, le mando un WhatsApp y subo todo esto a Poémame.

1280px-Gustave_Caillebotte_-_Jour_de_pluie_à_Paris
Lidia y yo paseando en una calle de París, tras la mirada de Gustave Caillebotte.
(imagen de Wikipedia)

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Es que me encanta lo que escribes y cómo lo dices :star_struck:.
Es chulísimo este relato.
¿Y sabes cómo eran las citas antes de Google y de los móviles?
Sonaba el único teléfono de la casa, en el salón-comedor, donde estaba toda la familia reunida, y corrías a toda leche para cogerlo antes que tus padres… por si era él :relieved:.

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Jaja. Es cierto. Y las risitas y los cachondeos de los hermanos?
Gracias por pasarte amiga.
Abrazo

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Elegante prosa… felicidades :clap::clap::clap:

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“Lidia” como nexo identificativo… Sí, a ver si un día nos da por volvernos locos y horadamos la cordura que ata con sus cordones la sencilla necesidad de observar sin otra pretensión que la de constatar el ser y el estar. Admirador número uno de Carlos soy. :clap::clap::clap::clap::clap:

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Un relato muy bien expuesto con un final inesperado. Y es que por llegar al corazón del otro,todo es posible,incluso hablar de aquello de lo que apenas sabemos nada.
Me gustó el paisaje de fondo,gris y lluvioso,muy adecuado para pasear cogido de la mano de quien nos inspira algo más que versos.
Saludos.

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Muchas gracias Miguel

Muchas gracias David.
La admiración sabes que es mutua.

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Me alegra que te haya gustado Joaquín.
Un abrazo

Estupendo y original relato con un sello de autenticidad total, cambiarán las tecnologías y formas de comunicarnos pero nunca el sentimiento y desde luego seguimos siendo humanos y donde se encuentren los cinco sentidos que se quite todo “prodigio mutilado” de virtualidad!!!

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Totalmente de acuerdo Ana María.
Muchas gracias por tu comentario
Un abrazo poetisa