Érase de otro la esposa.
¡Tan singular era Leda!,
que Zeus hechizado queda
al verla como una diosa.
Con mala intención la acosa
y en un cisne se convierte
para asegurar su suerte
y poderla seducir.
Ella, privada de huir,
queda ante el poder inerte.
Poseía el cisne bello
una excelsa gallardía
y a la mujer conmovía
de sus ojos el destello.
Ella acarició su cuello,
mientras, él la hacía suya…
No hay verso que reconstruya
aquel íntimo momento,
donde sin impedimento,
ella le dijo: soy tuya.
Zeus había ya logrado
a la mujer engañar,
quien un huevo fue a incubar
al regazo nacarado.
Ella mantuvo callado
su desliz pecaminoso,
pensaba en el cisne hermoso
que conoció en su paseo.
Causante de aquel deseo
traicionaría al esposo.
De plata la luna era,
se reflejaba en el río,
cuando ocurrió el desvarío
que hizo que el recato huyera.
Leda se volvió ligera
bajo el cielo azul plomizo;
por limerencia y hechizo
lo inombrable aconteció
y cuando el ave voló
comprendió ella lo que hizo.
Aquel sedoso plumaje
del cisne y su maravilla,
le sembraron la semilla
en su íntimo paraje.
Lo divisa en el celaje,
en las noches de calor,
sin desterrar el sabor,
conteniéndose la bella
reina, que solo destella,
cuando piensa en ese amor.
(Autora: Marta María Requeiro Dueñas).