Se va arrastrando lentamente,
cuidando lo que toca pero no es un demente,
sufre espasmos cuando los sentimientos se entretejen
pero su camino sigue, sin dirección ni corriente.
Su flujo a veces se torna intermitente,
pero si lo miras te hundirá en lo asfixiante
de la alarma dormida del vagabundo
que añora un mañana. Le resulta placentero
ver festejar a la gente, mientras sus garras
son clavadas en un puñal y, sin dientes,
deja a los esclavos que le mientan.
¿Qué habrá en ese cráneo incorpóreo?
¿De qué color será su corazón al óleo?
¿Cómo sabrán sus pinturas si nadie
lo podrá escuchar? Y se arrastra y se arrastra,
sin dirección ni salida, contemplando
cabizbajo, con los grafitis en las esquinas
como si fueran arte y él un noble
de la época medieval. Pero nadie nadie,
ha visto su llanto, nadie nadie
ha sufrido sus mismos espasmos.
Y sus piernas se cansan,
los nudillos se entumen y le ruge la panza
pero camina hacia su mañana, sin prisa
ni calma, con la indiferencia absoluta
siendo su musa innata, un ávatar
y un relevo del espíritu que abandonó
taciturno su cuerpo. Se arrastra y se arrastra,
hasta que las uñas le sangran, desgarra
su falda y luego se pone a llorar,
donde nadie mire, donde nunca nadie volverá.
Porque todo es imperfecto en lo superficial.
Mecanismos de autodestrucción, 2019