El desecho de la bestia
somos nosotros.
La tierra, callada, solo espera
que el silencio se imponga.
La necesidad de recordar,
la obligación de hacerlo,
para que no se borre
el nombre de Julia Conesa.
Tampoco el de las trece rosas.
Quedan heridas abiertas
y me queman,
lágrimas que arden
y me escuecen,
y un corazón muy grande
para abrigar el frío que dejó
las muertes de las trece rosas.
Espero que la bestia no regrese
que siga perdida en su ciénaga,
que no olfatee el aroma de la primavera.
Porque la frescura de la vida no les gusta
que ellos siempre dijeron viva la muerte.