En los tórridos soles del verano, las lagartijas tienen su reino.
Galopan praderas de pasto muerto y dejan huellas en la luz amarilla de la siesta.
Cuando cruje el aire seco por los lienzos blancos de las tapias,
se zambullen en las corrientes de la fatiga, en los lánguidos universos del calor.
Con la vivacidad de las danzarinas, sortean los remolinos desquiciados del polvo,
los que levanta el aire caliente en los derretidos caminos.
Calienta la barriga en las piedras, duerme en las arrugas del olivo,
son muchachitas y muchachitos esquivos…, atrevidos.
Las amó desde niño, cuando pasaba las tardes en los silencio roto
por las chicharras.
Ellas me aceptaron, me mostraron el complejo latir de la vida y lo sencillo que era observar la belleza.
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