Luz
Luz… hermoso, diáfano nombre. Resplandece cuando camina por el prado, buscando flores. Ella es pequeña, de pelo corto … color carbón. Camisa a rayas, pantalón de granjero, sujeto con tirantes y zapatos de deportes… muy andados.
Habla sola, mira las cosas que los demás no ven. De la bolsa que porta, hecha con retales de colores, saca la trompeta, y de ella la única melodía que sabe. Todos la llaman la balada de Luz.
Luz vive en esa melodía y en las notas que quedan en el prado. En el amor de los perros, de los gatos, en la alegría y los pájaros.
Elvira
Pequeña,… camina a saltitos, no mantiene nunca una dirección fija, viste de negro, como los grajos. Habla tanto… que olvida lo que dice, y si le preguntas que por qué te cuenta, ella seria responde, -que te equivocas- que solo le habla a las estrellas-.
Elvira disfruta cuando la llaman loca. Cuando el otoño se retira y el sañudo invierno se acerca, se retira porque es friolera, y dice que no le gustan los estornudos.
Elvira se dirige a los paisanos y se despide antes de encerrarse en su casa. Cuando se hayan marchado esos meses malencarados, ella volverá como un grajito, a volar.
Si le preguntas: ¿Y con quién hablaras en las nevadas Elvira?
-
Con los ratones- te contesta.
Ada
Tiene los cabellos de sol, brillan como la paja del trigo en el nuevo día, cuando la luz duerme en ella.
La risa de Ada, es una cascada que escapa, por las tapias del patio, y alegra al primero que se la encuentra. Es contagiosa, porque porta en su sonido la felicidad.
Ama con devoción a su canario Bartolo, y compensa su prisión, con todas las carantoñas verbales que su fértil imaginación, le permite. En los días inspirados, Bartolo recibe una serenata de piropos y requiebros, que los deja a los dos extenuados.
Quien no la quiere, es porque no la conoce. Y eso que dice, que cuando joven ella era una bruja, y te guiña el ojo… y se ríe.
Flora
Es pequeña y vieja, tan vieja como la puede ver un niño…ese niño era yo. Llegaba todas las semanas al colegio. Aquel día, era el día de Flora. Pegaba en la cristalera de la puerta unos golpecitos, levantaba la mano y la extendía. Todos la mirábamos… el maestro metía la mano en el bolsillo de la rebeca, sacaba una moneda, se la entregaba al alumno más cercano, y decía - toma dale esto a Flora-, cuando Flora cogía la moneda, daba la vuelta sin hablar, y se marchaba.
Flora no era del pueblo, ¿De dónde venía? ¿En qué mundo viven los mendigos?. Entonces aprendimos que las preguntas del misterio, nacen de ese modo.
Estaba en la pizarra luchando por resolver un problema, matemático, obstinado este, se negaba a darme la solución. El maestro me animaba, empeñado en que lo lograra. Fué cuando sonó los golpes en la cristalera, miramos, Flora estaba allí, como cada semana, El maestro sacó la moneda del bolsillo y me la entregó, - toma, dale a Flora –, cogí la moneda, fui hasta la puerta, la abrí, la mano abierta, esperando la limosna. Esta vez era yo quien se la entregaba… la dejó caer en su mano, la cerró.
Deseaba que aquella moneda fuese mía, para dársela, quise que Flora supiera, que yo quería tener una moneda para ella. Cuando levanté los ojos de su mano, tropecé con los suyos, entre en un cielo, que cincuenta años más tarde ilumina las noches oscuras. Dio la vuelta y se fue como todas las semanas, sin hablar.
A todas estas hadas, que casi nadie ve, a las que los ilusos las llaman locas, mendigas, pérdidas. Estas de las que hablo aquí, las conocí en mi infancia. Son mis hadas…y ellas me enseñaron donde nace el misterio… pero no me pregunten por qué es un secreto.
Luego el tiempo me trajo a la Maga, a mis adorables brujas, pero ese es otro tiempo y no cabe en este.