No importan las palabras, los supuestos
ecos que ocultan noches sin riberas,
sin preguntas triviales, sin fronteras
que acoten la insolencia de los gestos.
Las proclamas, los hechos manifiestos
que supuran veneno, las primeras
e inútiles sonrisas, las banderas
de los sueños gastados y pospuestos.
Ahora que ya nada nos importa,
en algún lugar, alguien, nos reporta
por todas las infamias cometidas.
Y ya no habrá perdón para las culpas,
ni indulgencia plenaria, ni disculpas
que merezcan la pena ser pedidas.