Un estornudo largo de hojas anuncia otra vez aquel resfriado cíclico del planeta.
El frío se adelgaza tanto, hasta la invisibilidad, se retuerce y destuerce en espirales, gélida enredadera de aire trepando frondas, verdolaga reptando, tubérculo glacial incrustándose en la tierra.
Cuando es cachorro, con su capa de sombras se esconde tras la espesura, a ras de tierra, retoza dentro de arroyuelos, se enlama a las piedras.
Sus manos de hielo son lumbre quemando pulmones, estrangula vasos capilares, la ósmosis respira a sobresaltos, sofoca fotosíntesis con su blanco vaho, paraliza tropismos, enloquecen. Desnuda al bosque, troncha su abrigo verde a soplidos. Queda el ramaje ciego y descarnado, manos nudosas, implorando al cielo que un rayo de calor las levante de aquel postramiento elíptico.
El paisaje anochece en la nevera. El cielo desparrama suaves copos que poco a poco ponen una nívea malla sobre todas las interfaces, borrándolas. Los árboles se enquistan astutamente, simulan muerte para salvarse. Aquella vida que puede, emigra al trópico.
El frío es camisa de fuerza, telaraña, membrana que detiene el golpeteo de moléculas. Cristaliza, solidifica la indomable fluidez del agua (solo la sangre se rebela). Emisario de la muerte, aletarga, trae por delante la artritis a las coyunturas del mundo. Con su toque de queda, mata aquellos seres que no se encuevan a tiempo. Intenta llevar todo a su reino de reposo (solo la razón se rebela).
La vida es entonces un búho camuflado en la nieve, una manada de aullidos a la luna, un cardumen de aletazos a contracorriente. El invierno es una prueba de resurrección en la traslación terrestre para hacer criaturas resistentes, hábiles para sobrevivir, atacando o huyendo. Una tristeza necesaria en la trayectoria desde el nacer al morir del hombre.
Es la prueba para la esperanza, esa débil luz que no se apaga, sostenida en la flama de la Navidad que entibia las emociones y pensamientos, necesaria para derretir, reverdecer, comenzar de nuevo impulsándose desde ese fondo de escarcha.
Semilla que el sol calienta para que detone la primavera, otra vez, mientras esta arca redonda y azul siga orbitando en esta vastedad diluviana con su preciada y frágil carga.