Anoche la muerte quiso conversar conmigo. Estaba oculta en los pliegues de mi corazón cansado.
Un corazón que jamás suele ponerse de acuerdo con las cosas que digo. Por eso la muerte, tantas veces convocada por mi torpeza, acudió silenciosamente.
No fue ella quien estranguló la ruta de mi sangre. Tampoco fue quien puso un blanco sombrero apretando mi cabeza.
Creí escuchar las voces del pasado acusando. Les dije que siempre serán mis compañeras, que tienen razón. Y la muerte asentía.
Desde una ventana violeta me gritan que calle cuando la ira domine mi lengua.
Y que deje fluir a las lágrimas un buen rato, para luego dejarlas secar al sol.
Amanece.
El sueño imposible no tiene más remedio que diluir su esencia en el presente.
Premeditatio malorum.
La muerte se fue a dormir, entre los pliegues de mi corazón cansado.
Hoy no moriré.
Mi verdadero enemigo es el miedo. Y lo voy a combatir.
