Cuando llueve, el filo muerto de los días te besa la cara, y los hombres que no son hombres se deshacen alrededor como muñecos de barro, testigos mudos de un mundo que nunca comprendieron, de una vida que se les enredó en los tobillos. Y los hombres que son hombres te miran fijamente y te preguntan sin despegar los labios: “¿Qué te ha pasado, muchacho?”
Y tú podrías responder tanto… Pero no respondes nada, porque sabes que ellos no quieren saberlo realmente, y te sientes tan solo que serías capaz de poner en tu epitafio:
“Murió”
y nada más.