Camino sin saber qué me depara a la siguiente cuadra; llego al semáforo, la gente se pasa en la luz roja. Corren apresuradamente y yo permanezco inmóvil esperando el cambio de luces. Me sudan las manos, me suda la frente, el sol se ha empecinado en hacerme la cacería. Continúo sobre la marcha, quiero llegar a-no-sé-dónde, y descansar o al menos no pensar.
Tengo una encrucijada en la espalda.
Mis ojos se llenan de agua, pero aún no ha empezado a llover. Las nubes galopan entre sí y me miran de forma desafiante. Qué sé yo, tal vez nunca han visto un ser viviente con el agua hasta el cuello. Me duele la espalda, hay unos nudos queriendo hacer catarsis, ¿Será el momento de huir? —¿De qué?— No lo sé, pero me pesa ser cada día. Los kilos de la existencia me saben a mierda, sin embargo me los como sin tantos peros todas las mañanas.
Lo siento, no soy yo… eres yo.
Comprender la incertidumbre es acercarse más a la Soledad. Y no es del todo malo, mi soledad es esa casa que siempre quiero visitar. Me cansé de buscar todas las respuestas, si bien es cierto, ya no quiero depender de algo que sé que no va a pasar.
La vida sigue siendo elástica, tan elástica que ni yo podría estirarme tanto para tratar de alcanzarla. Aunque a veces siento que la toco, sobre todo cuando escribo. Porque al escribir, respiro y mis pesares… se relajan.