La vida es

El bar estaba casi vacío y ellos entraron riendo, las manos aferradas con fuerza. Era una taberna irlandesa. La luz amarilla golpeaba las mesas y las caras fantasmales de la escasa clientela.

Se instalaron en un rincón apartado, detrás de un monigote de San Patricio que había visto tiempos mejores, y pidieron una cerveza negra y un apple martini.

Basil encendió un cigarrillo y clavó sus intensos ojos azules en Serah.

-Dicen que la vida es una ida y una vuelta… ¡Pues yo pienso volver en taxi! -exclamó, chasqueando la lengua y esbozando después una sonrisa.

La joven le devolvió la sonrisa y acerco su mano a la de él, muy despacio, por encima de la mesa de madera barata. Después acarició con la punta de los dedos su blanco dorso surcado de finas venas azules, como ríos subterráneos buscando un mar imposible.

-No sé de idas y vueltas, Basil. Dime que estás de vuelta y te llamaré presuntuoso. Afirmar eso es como mirar a una esfinge por encima del hombro… pocas veces se sale airoso.

Al terminar de decir esto, Serah no pudo evitar pensar que Basil era él mismo una esfinge, una vieja esfinge de piedra devuelta a la vida por algún sortilegio cuya existencia todos parecían ignorar. Tenía un perfil aguileño y una tupida barba negra bien cuidada. Los ojos azules engarzados en el arco extenso de sus cejas, también negras y tupidas, eran un enigma en sí mismos. ¡Cuántas veces había sentido una sensación de desnudez y desamparo ante ellos, sin poder explicarlo! Para rematar la situación, algún dios o diablo le había dotado de una inteligencia abrumadora y una labia de poeta clásico.

-No me refiero a eso, Serah. Es como… un sentimiento que va creciendo por dentro. Digamos que, si la ida es un qué, la vuelta es un cómo. Hoy estoy de vuelta porque aunque hago lo mismo que hice ayer, tiene un significado completamente diferente. La vida sigue siendo un enigma, pero al mismo tiempo, uno tiene la sensación de formar parte del enigma también.

Basil se puso súbitamente en pie y con un ágil salto se subió al taburete, que rechinó bajo su peso amenazando con desintegrarse. Extendió los brazos hacia adelante en un gesto teatral, como dirigiéndose a un público invisible, y exclamó:

-¡Y la Esfinge, con su voz silenciosa rasgando el espacio de los siglos, grita “Baaaaaaaasil, eres un viejo presuntuoso y serás castigado como mereces”. Y el viejo Basil responde “Hoy es un día único en mi vida, porque cada paso que doy es sobre una huella de mi propio pie, y si abro bien los ojos puedo ver al joven Basil avanzar desde otro tiempo con el ímpetu ciego de la juventud, y le pongo las manos sobre el pecho y le ordeno que levante la mirada. Porque, de algún modo, caminamos ambos por la misma senda estrecha en distinto sentido, pero a la vez en el mismo sentido, y qué dulce es caminar por ella, sabiendo lo que hay al final…” Serah, si crees que por eso estoy dejando a un lado mis armas, y dejando espacio al joven y fanfarrón guerrero de la tribu, o me siento cerca de la hoguera a esperar que alguien pida consejo y a contarle cuentos a los niños, ¡entonces no has entendido nada! Porque es ahora cuando, uno a uno con la vida, dentro de la piel misteriosa del enigma, se puede ser realmente valioso, se puede conseguir algo útil. Y por eso, a partir de hoy…

-¿Pero no ibas a volver en taxi? -le interrumpió Serah de repente, con una expresión de incomprensión fingida en el rostro, y los dos rompieron a reír como niños.

Basil se apeó de su improvisado stand e hizo una reverencia amplia a cámara lenta.

Serah dió un largo sorbo a su bebida y después se quedó pensativa, acariciando el borde de la copa con las yemas de los dedos.

-¿Crees en el destino, Basil? -preguntó luego, a bocajarro.

Basil enarcó las cejas, sorprendido. Después se recompuso y en sus labios dibujó una media sonrisa pícara.

-Bueno, lo cierto es que sé dónde vamos a estar tú y yo al cabo de unas horas…

La joven esbozó una sonrisa tímida.

-No, en serio, Basil. Quiero saber.

Basil miró alrededor, evidentemente molesto.

–¿El destino o el desatino? A esta hora me vienes con constructos… Dijo Virgilio: Lo que ha de suceder, sucederá. Lo cual es no decir nada en absoluto, bien mirado. No te ofendas, pero hay preguntas condenadas al fracaso nada más escapar de los labios. Responder sí o no es no haber entendido nada. ¿De dónde vienes? Manzanas traigo.

Serah se removió en su asiento y después miró, a su vez, alrededor. Detrás de la barra, un joven anodino secaba la loza mecánicamente, con la mirada perdida en el infinito.

–Me ofendo, sí. Te haces el obtuso deliberadamente. No hablo de predeterminación ni de oráculos ni del dedo huesudo de la muerte en Samarcanda. Dime, ya que estás de vuelta, ¿por qué estamos aquí? ¿Hay algo que tenemos que llevar a cabo? ¿Todo ocurre por una causa?

Basil se inclinó sobre la mesa, y acercó su rostro al de ella. En el aire macilento sus siluetas parecían envueltas en misterio.

–Nada existe por azar y nada surge de la nada, Serah. Hay una causa detrás de todo. Todo tiene una causa anterior, pero no todo ocurre por una causa. La vida… es. Punto y aparte. No continues esa frase, cualquier cosa que vaya después afeará su significado. Las nornas nos miran y se ríen tapándose la boca a duras penas, porque saben que ellas son como los sastres del traje nuevo del emperador. Has de saber que Atropos nunca llegó a cortar ningún hilo. El hilo ni siquiera es invisible. El hilo… ¡no existe!

–La mitología es útil como modelo, no hagas retruécanos. Las nornas representan ese empuje invisible que te hace decidirte por una cosa o por otra. O que llega desde fuera, sin poder evitarlo. El fatum. Pero… en un mundo de infinitas posibilidades, ¿por qué ocurren unas y no las otras? A menudo lo que se nos reserva nos revela poco a poco algún misterio, sobre nosotros mismos, y sobre la vida. Nada de lo que ocurre parece hueco, resultado del azar, o inaprehensible.

Basil bajó los ojos, y apuró su cerveza de un trago largo.

–Eso es porque estamos hechos para intentar comprenderlo todo. Para crear explicaciones, vínculos… Pero como sabes, para un martillo todos los problemas son clavos. Nosotros encontraríamos sentido en un montón de estiércol si no tuviésemos otra cosa que hacer… Sólo hay una versión de la vida, la que sucede. El resto son abstracciones convenientes…

Hizo una pequeña pausa, y después continuó:

-Mira Serah, uno sólo parece estar predestinado a hacer algo una vez que lo ha hecho. Para los cuentos eso está muy bien… pero hace mucho que dejamos de ser niños. Si el visir hubiese muerto en cualquier otro lugar, y no en Samarcanda, ¿habría sido su destino también? Pues claro. Otra vez, decir esto es lo mismo que no decir nada. El destino es siempre lo que pasa, nunca lo que podría haber pasado. Y en esa tesitura, hablar de destino es simplemente hablar de misticismo. Si es eso lo que quieres saber, no creo en Dios ni en un diseño inteligente.

Serah sintió una oleada de sonrojo inundar su rostro. Aferró la copa de martini con fuerza, hasta que las puntas de los dedos se pusieron blancas.

–¿Y en qué crees entonces, Basil? ¿La vida es? ¿Dónde te has dejado el predicado? ¿Todo pasa simplemente y somos sólo un suspiro en la eternidad, títeres bamboleados por el viento durante un rato? Tétrico, tétrico. Poco importa entonces lo que hagamos o no, ¡bien podríamos tumbarnos en la cama y dejar la espita abierta!

–No saques conclusiones precipitadas, Serah. Estás en mi clase de Lógica, sé que conoces las falacias al dedillo. Pero… ¿Quién dijo que el mundo tuviera necesariamente que tener sentido? Nosotros lo dimos por sentado. Y no hay nada de malo en ello… está en nuestra naturaleza. Pero conviene no olvidarlo. Sea lo que sea la vida, de todas formas, no impide su disfrute, pero hay que leerse las instrucciones del juego primero, ¿no crees? Si he de creer en algo, yo creo en el misterio que escapa a la lógica humana. Verás… vamos por ahí midiendo el mundo con nuestra lógica, manoseándolo con la mente, como si el mundo tuviera por fuerza que responder a ella. Todo lo medimos, lo analizamos, lo descuartizamos, y cogemos esas porciones diminutas e intentamos unirlas de nuevo con saliva. Con la sucia saliva de nuestras limitaciones.

Basil tomó aire, y echó un rápido vistazo alrededor antes de continuar:

–Es como desbaratar el mundo en un puzzle de un trillón de piezas y después, cuando nada queda del todo original, montar numerosos puzzles más pequeños cuyas piezas parecen, de alguna manera retorcida, encajar. Y si no encajan, no hay problema, usamos el puño cerrado sobre ellas. Las unimos de manera que podamos entender algo. Pero así no vemos el mundo como realmente es…

– … Nos vemos a nosotros mismos –se sorprendió Serah murmurando.

–¡Exacto! Estamos limitados por una forma de funcionar que, en último término, nos identifica. Somos un prejuicio sobre el mundo. Sólo me sacarás una palabra: misterio. Un misterio tan grande que la palabra misterio se queda corta, porque es una etiqueta para aferrar un concepto. Pero este concepto del que hablo es del todo inaprehensible por definición. Podemos usar palabras para dar vueltas a su alrededor, como si indicáramos con el dedo… ¡Por ahí está! Pero nunca habrá una sola palabra que pueda servir para identificarlo.

Serah se quedó un momento pensativa. Respiró hondamente y después dijo:

–Me haces sentir muy rara.

Después se sumió de nuevo en un profundo silencio. Basil respetó su silencio, observándola con ternura. Estaba seguro de que podría, con precisión matemática, reproducir las palabras que Serah pronunciaría de un momento a otro.

–¿Sabes Basil? Hablas muy bien -dijo Serah enseguida-. Mi cabeza no puede encontrar argumentos para rebatir los tuyos, pero mi corazón lo siente diferente. Jamás podrás convencerme.

Basil sonrió ampliamente y dijo:

–Eso es lo que más me gusta de ti. Nunca dejes que nadie te engatuse con palabras. Porque la única forma sensata de vivir es con el corazón… Si no, haríamos lo de la espita.

Serah se encontró, sin saber cómo, en su regazo. Tenía los ojos brillantes.

–Vieja esfinge de piedra –susurró–, por más que lo intento no consigo odiarte.

-Pues deja de intentarlo.

Sus labios se encontraron de súbito, sintiendo ambos una calidez reconfortante.

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