La noche ha terminado de supurar el lento veneno
que deja la tristeza de los años, impasibles
y sin gloria, en la inútil carcasa
de todos los espejos , que alguna vez reflejaron
esta secreta máquina del llanto.
Y todo el jardín -entreabierto, quizá soñado-
exhala ese tenue perfume de flores
que nunca existieron,
que se edificaron en lánguidos parterres,
en sucios cobertizos,
en leyendas forjadas en patrias olvidadas y marchitas.
Pero sé que no es verdad esta epifanía,
esta siniestra agonia que nos anuncia
otra distinta certeza, otra manera de ocultar
la ceniza que se posa en los labios, amarga
y gélida; y que no puede - que nunca podrá -
devolver los colores, el sonido,
la antigua armonía de todo lo que se ha perdido
y nunca va a ser, de nuevo, la medida
inexorable de toda nuestra vida.
Fieles compañeros; amados camaradas
en la vigilia, previa, a nuestra última derrota.