Te bajé la falda y vi entero París,
como dice la canción,
y encontré a La Maga
en un autobús desangelado,
y me olvidé de llevarle flores
a Jim Morrison,
y se hicieron carne
los nocturnos de Chopin,
y profundicé en la poesía
de Pedro Salinas que vivió
toda su vida de casado
amando en secreto a otra mujer,
y me reí de Picasso
y de todas sus amantes,
y Mimi ya no me parecía esa mezcla de inocencia y madurez sexual en Lunas de Hiel,
de Roman Polanski,
y sentí por ti un amor más grande que el que Scott Fitzgerald tenía
para ese aire jazzeado
de su preciosa Zelda,
y ya no quise ser
Bartleby o Rimbaud,
y cancelé con estos versos
todos mis viajes
al desierto de la literatura,
porque comprendí a Hemingway cuando lanzó la pregunta
de si había amado tanto
a una mujer
como para ver a la muerte
frente a mí
mientras le hago el amor.
Te bajé la falda y vi entero París,
el París que no acaba nunca,
lo recuerdo muy bien,
y bajar tus medias
y besar tus muslos
era lo mismo que el aroma
tratado con la calefacción
que ahora sale del interior
de las perfumerías y creperías
en mis fríos y muertos
paseos invernales.
Y aquí me detengo, un instante,
antes de seguir mi camino.
A tantas vidas ya
de entrar en tu vida.
Pero no deseando nada más,
nada más que no sea dejar abierto
este poema.
[Abel Santos, de ‘Huelga Decir’,
64 poemas sobre una crisis,
Boria Ediciones, 2019]