En la aceña de una senda
molía la blanca harina
bajo el frío
la muchacha de la hacienda,
y en su figura divina
me extravío.
En el color de sus ojos
sumerjo yo una mirada
distraída,
responden sus labios rojos
cuando se siente besada
confundida.
Es la joven del molino
en cuyas manos el trigo
vuela y vuela,
la que al final del camino
cuando su beso consigo
me consuela.