La mirada

Han pasado tres días desde la última vez que vi tus ojos, Arkina: Tu mirada etérea buscando
la mía, alzándose sobre las cumbres, deslizándose por los valles, apremiándome en los páramos
yermos y flotando en las corrientes que vadeo.

No hay remedio. Caminaré hasta desgastar siete pares de zapatos de hierro. Hasta que no quede en mí más que un latido. Un eco en un cuerpo que se arrastra aunque no recuerda ni su nombre, ni su esencia, ni su historia. Hasta que las nubes sean sólo sombras sobre una tierra vacía. Hasta que los sabios del mundo reconozcan azorados que no saben nada de nada.

Hay dioses antiguos ocultos en cada rama que me roza al pasar, en cada gota de agua que
moja mi cuerpo vertiginoso… Lo siento en el aire. Son voces sempiternas, grises, rasgadas, caprichosas. A veces me susurran que me detenga, tal vez sonríen tristemente al hacerlo. ¡No saben que por mis venas no corre sangre, sino fuego abrasador! No entienden que este corazón bombea magma incandescente, que estos músculos son resortes de movimiento perpetuo y que estos huesos son más duros que el diamante forjado durante milenios en las entrañas del infierno. Pero sobre todo no saben el motivo, el ímpetu innombrable que bulle en mi interior.

Intento recordar tu rostro, Arkina, aunque nunca lo he visto, como es lógico.

Lobos hambrientos me emboscan a veces, oigo sus gruñidos sordos, sus aullidos anhelantes, su aliento caliente y primitivo. El follaje se vence a derecha y a izquierda arrastrando su hedor. Buscan algo a lo que hincarle el diente. ¡Desgraciados! No saben que este cuerpo es incomestible. Que sus colmillos se reducirían a astillas al momento de cerrarse sobre mi carne.

No hay remedio. He de continuar esta carrera hasta encontrarte. Tal vez hubiera sido de otra forma si no hubiese visto tus ojos. Pero ahora… no hay remedio.

Soy un meteoro a ras del suelo que va dejando un rastro de ascuas incandescentes. Por donde paso sólo quedan cenizas grises y un aroma ígneo.

Nadie sabe que los he visto… tus ojos, Arkina. Tu secreto está a salvo conmigo. Mi secreto está a salvo contigo. Nadie sabe que ahora puedo ver con otros ojos, que mi ceguera se ha trasformado
en otra cosa. En algo tenaz, imparable, inaudito.

Te siento cerca, Arkina. Freno en seco junto a un lago de aguas tranquilas. Mi pecho jadea pero no es cansancio, sino anticipación. Me adentro en el agua que al instante se hace vapor a mi alrededor. Me sumerjo y comienzo a bracear hacia las profundidades. Tus ojos me guían.

La oscuridad acuática es peligrosa, hay peces gigantes que me rondan con la esperanza de
que acabe en sus tripas. Pero soy muy veloz. Demasiado desde luego para esas moles negras y resbaladizas que no tienen otro objetivo que llenar el buche. Voy dejando un rastro de burbujas tras de mí, y eso les confunde. ¡Pobres miserables!

He llegado al fondo. Puedo sentir una compuerta de hierro del tamaño de una rueda de
carro. Mis músculos se tensan mientras forcejeo. Estoy cerca, Arkina. Cerca de tus ojos. Cerca de ti.

Una corriente súbita me arrastra dentro, y aquí estoy. Puedo ver tus ojos, Arkina. Son tan
bellos como antes, aunque algo diferentes en esta ocasión. Tienen un brillo especial, un suspiro dorado, un aire de risa, una nota de sabiduría.

Me acerco.

Reflejado en tu pupila, puedo verme por primera vez.

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Excelente prosa; bellas metáforas!!! Un gusto leerte.

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Agradecidísimo, Lucía. Me alegra mucho que te guste :slight_smile: .