En los confines de un pasado muy antiguo y arcano, antes de que el tiempo fuera tiempo, recibió Zeus la visita de un dios desconocido, desde alguna realidad pandimensional hasta entonces oculta. Quien le obsequió /a modo de presente para el esparcimiento / una mesa muy pero muy amplia, profundamente oscura, más oscura que la negrura azabache, y junto con ella una mística paleta con una infinitud de colores alucinantes.
Días después quiso Zeus intentar un juego de creación. Y observando detenidamente, durante un largo tiempo, aquella mesa tan oscura y tan vacía cual agujero negro inescrutable, empezó a imaginar sobre ella una rica y vasta creación anegada de color hasta el infinito. Tomó entonces de su paleta, un blanco-amarillo tan intenso, pero tan intenso, como el de cien mil soles brillantes y salpicó por todas partes sobre el lienzo de la negrura de su mesa. Creando así la Luz . . . forjadora de realidad, de existencia y de vida.
Siguió tomando variedades de amarillo, con rojos, naranjas, para multitud de puntos brillantes con formas caprichosas, creando así laberintos de constelaciones de tantas formas variopintas.
Observó luego, un lugar particular que seguía conservando su honda oscuridad original y dibujo en él un círculo azul-celeste. Sobre el cual, paso seguido, aplicó tonalidades en verde, aguamarina, lapislázuli, violáceo, marrón y demás. Creando así sobre aquel hermoso globo azul: los mares, los ríos, las cascadas y grandes extensiones de tierra seca con y sin vegetación. Fue entonces que fijó su atención en un amplio espacio en tono café y verde y luego de pensarlo y meditarlo por un buen rato, dibujó multitud de seres en formas diversamente caprichosas. Unos sobre tierra seca, otros sobre y dentro de los cuerpos de agua, otros colgando del celeste cielo y demás. Reposó un buen rato contemplando todo y diciéndose a sí mismo: “es muy bueno todo lo que he hecho, pero aún hay una ausencia de algo, un vacío por llenar, una creación última para esta obra coronar”.
Y se dijo entonces: “haré un ser parecido a mí y a mis amigos los dioses, o mejor haré dos que se complementen entre sí, y pondré en ellos una pizca de la sabiduría y la belleza de cada uno de nosotros, un tantito de nuestras capacidades y que estos, tal como nosotros, se enseñoreen de toda esta creación, que la dominen, que la sojuzguen, que la escruten y que la entiendan”.
Y fue así como con sus más hábiles pinceladas hizo dos hermosas obras /cada una un bello reflejo de la otra/ y los llamó: hombre y mujer. Y los miró, los admiró, profundo suspiró… contuvo el aliento, su corazón intenso palpitó y exclamó con voz grave y solemne: “es bueno, ahora toda esta obra, es verdaderamente muy buena”.
/ imagen propia diseñada con Bing AI /
Poesía de Alejandro Cárdenas