La luz es la primera despedida.
Cuando niño, después de una tormenta,
la paleta de grises transparenta
el aire alicortado y sin medida.
Ese azul, tan vibrante, de la herida
del mediodía ardiente, en la violenta
caricia del verano, somnolienta,
junto al eterno mar de nuestra vida.
El amarillo suena en la distancia,
solido, decadente, en la fragancia
del otoño, tan dulce y silencioso.
La nieve es la luz pura, sin matices,
libélula que tiñe de felices
adioses, ese tiempo misterioso.