Siempre hay alguien caminando por una calle solitaria bajo la lluvia.
Nosotros lo sabemos. Lo sabemos porque escuchamos sus zapatos
en los charcos, porque oímos su cansancio, y nos duele los pies.
Es una calle de la noche, porque el intruso la camina
a esas horas envuelto en su gabardina.
Porque es, cuando la lluvia es más gélida e inhóspita.
Es una calle de la ciudad del invierno.
¿De qué otra ciudad podría ser?
De esa ciudad donde todos se pierden,
de la ciudad donde nos perdemos
todos… alguna vez.
Esa calle es tan larga que los pasos resuenan
toda la noche,
y tan fría que se siente como las mejillas
se hielan.
Esta calle pasa justo por delante de nuestra puerta.