La Leyenda de las Tejedoras de Estrellas

En los tiempos antiguos, cuando el mundo aún era un lienzo de sombras y sueños, existía un valle escondido entre montañas que tocaban el cielo. Allí, en un pueblo olvidado por los mapas, las mujeres poseían un don único: podían tejer estrellas. No eran simples luces en el firmamento, sino hilos de esperanza, fuerza y destino que iluminaban los corazones de quienes las contemplaban. Esta es la leyenda de las Tejedoras de Estrellas, un relato que aún resuena en los vientos y que llama a todos a recordar el poder inquebrantable de las mujeres.

Hace milenios, el mundo estaba sumido en una oscuridad sin fin. Los hombres, cegados por la ambición, habían roto el equilibrio de la tierra: los ríos se secaban, los bosques gemían, y el cielo, antes lleno de constelaciones, se había apagado. Los dioses, enfurecidos, decretaron que la humanidad no merecía la luz. Pero en el valle de Lunara, un grupo de mujeres se negó a aceptar la penumbra eterna.

Eran las Tejedoras, lideradas por Aeloria, una joven de ojos como tormentas y voz que calmaba el alma. Aeloria no era la más fuerte ni la más sabia, pero su corazón ardía con una verdad: el mundo no podía sanar sin las manos de quienes lo amaban. Reunió a las mujeres del valle —madres, hijas, ancianas, todas con cicatrices de una vida dura— y les habló bajo un roble milenario.

—“El cielo está vacío porque hemos olvidado nuestro poder,” dijo. “No son los dioses quienes tejen el destino, sino nosotras. Cada lágrima, cada risa, cada lucha es un hilo. Juntas, podemos devolverle la luz al mundo.”

Las mujeres, al principio dudosas, sintieron el eco de sus palabras en sus huesos. Recordaron las noches cuidando a sus hijos, los días soportando tormentas, los silencios en los que sostenían a sus hermanas caídas. Cada una era un universo, y juntas, eran invencibles.

Así comenzó el Gran Tejido. Las Tejedoras se reunieron en el claro del valle, bajo la mirada de un cielo negro. No usaban agujas ni tela, sino sus propias almas. Con cantos antiguos, entrelazaban recuerdos y sueños: el valor de una madre que enfrentó a un lobo para salvar a su hija, la paciencia de una anciana que enseñó a leer a los niños, la furia de una joven que desafió a un tirano. Cada hilo brillaba con un fulgor único, y al unirse, formaban estrellas.

Pero el poder de las Tejedoras no pasó desapercibido. Un rey oscuro, señor de las tierras vecinas, supo de su magia y temió su fuerza. “Mujeres que tejen estrellas son un peligro,” gruñó. “Si controlan el cielo, controlarán el mundo.” Envió a su ejército al valle, con órdenes de destruir a las Tejedoras y apagar su luz para siempre.

La noche del ataque, las montañas temblaron bajo el paso de mil soldados. Las Tejedoras, desarmadas, se reunieron en el claro. Aeloria, con el rostro sereno, alzó la voz: “No temáis. Nuestra fuerza no está en espadas, sino en lo que somos. Tejan, hermanas, tejan con todo lo que son.”

Y tejieron. Mientras las flechas volaban y el fuego lamía el valle, las mujeres cantaron. Sus hilos se alzaron al cielo, formando un tapiz de estrellas tan brillante que cegó al ejército. Los soldados, al ver la luz, cayeron de rodillas, no por miedo, sino por asombro. En cada estrella vieron reflejadas sus propias madres, hermanas, hijas, y sus corazones se quebraron. El rey oscuro, incapaz de soportar la verdad de su propia alma, huyó y nunca más fue visto.

Cuando el alba llegó, el cielo estaba lleno de constelaciones, cada una contando la historia de una mujer. El mundo, antes oscuro, ahora brillaba con esperanza. Los ríos volvieron a cantar, los bosques se alzaron, y los pueblos lejanos comenzaron a sanar. Las Tejedoras, agotadas pero radiantes, supieron que su poder no estaba solo en las estrellas, sino en su unión, en su amor, en su resistencia.

Aeloria no vivió para ver el nuevo mundo, pues su último hilo, el más brillante, se convirtió en la estrella que aún hoy guía a los viajeros. Pero las Tejedoras nunca desaparecieron. Se dice que cada mujer lleva en su interior un eco de su magia. Cuando una mujer se alza contra la injusticia, cuando consuela a un corazón roto, cuando crea algo bello de la nada, está tejiendo una estrella.

Y así, la leyenda de las Tejedoras de Estrellas vive en cada una de nosotras, un recordatorio de que el poder de las mujeres no conoce límites. Mira al cielo esta noche, lector, y busca tu propia estrella. Está ahí, brillando, esperando que la reclames.

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En tu texto has tejido una mitología nueva, tan antigua como el asombro.

En tu urdimbre, canta el infinito.

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Me ha parecido un relato tan bello como original!
Preciosa leyenda con un halo ancestral…

Un saludo y un abrazo, Dana. :hugs:

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Esta es mi parte favorita. Bonito mensaje y bien narrado :slight_smile: .

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Me alegro te guste. ¡Mil gracias! :grinning: