La eternidad

Envuelto en el refugio de la oscuridad, una persona desesperada por desentrañar los misterios ocultos de la existencia se aventuró en los rincones más profundos de su alma en busca de la verdad que latía en los cimientos del universo.

En su travesía por los laberintos del tiempo, descubrió con asombro que, aunque los silencios y las mentiras pueden moldear el curso de la historia a su antojo, también tienen el poder de consumirla en un instante. La realidad se veía empañada por la oscura danza de la falsedad, y las cenizas de la verdad eran esparcidas sin piedad sobre el horizonte, asfixiando las esperanzas del mañana.

La humanidad parecía haber alcanzado los confines de su existencia, cuando el alma escapaba de la carne humana para evitar un desagradable desenlace. Era entonces cuando se nos presentaba, con ruda intoxicación, la eternidad, una amenaza salvaje y aterradora que pendía sobre nuestras vidas. Y sin embargo, entre los destellos fugaces de ese destino cruel, el cielo se asomaba con persistencia, recordándonos su presencia inquebrantable.

Sin embargo, mi corazón se resistía a aceptar un mundo en el que ella fuera el único horizonte que nos deparaba el porvenir. ¿Qué clase de belleza y plenitud puede encontrarse en una existencia desprovista de finitud? La inevitabilidad de la muerte es el motor que impulsa nuestra apreciación por la vida, y yo, sin duda alguna, prefiero, con cierta melancolía, ponderar la impactante realidad de nuestra existencia, negando así cualquier posibilidad de esa absurda e interminable eternidad.

¿Qué propósito podría yo encontrar en la compañía de aquello que se perpetúa en un más allá insoportablemente intolerable? Es con una leve carga de tristeza que renuncio a esa perspectiva y me aferro a la fragilidad de la existencia, encontrando en su finitud el combustible esencial para apreciar las maravillas efímeras y hondas que nos rodean en esta dimensión temporal.

En busca de la verdad
en la intimidad de una época
descubrí que los silencios y
las mentiras a pesar
de transformar la
historia también la
incineran de repente…
¿Y las cenizas?
Se convertirán en el polvo
que ahogará el mañana.
Como hemos llegado al
fin de los tiempos,
cuando el espíritu se
le escapa a la carne
de cuerpos que no
fueron de su agrado
nos enrostran la eternidad,
amenaza loca y terrible
Y el cielo otra vez presente
detrás de ese cruel destino.
No me gusta un mundo
en el que ella es lo único que
nos depara el futuro.
Como todos tenemos que morir,
prefiero, sabrán ustedes,
con un poco de pena,
sopesar la cruel realidad,
¡No quiero esa absurda eternidad!
¿Qué haría tan mal acompañado
en el perpetuo e intolerable más allá?

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