En mitad de mi sendero hay un viejo depósito que pertenece a unos vecinos. Después de la inundación, quedó abierto de par en par y la lenta disecación jamás borró los rastros del agua. No hubo comentarios, nadie se lamentó.
En lo personal, este percance me invitó a esquivar esa catedral de despojos y cambiar la ruta de mi caminata ritual de las mañanas.
Es un hallazgo advertir que ese peso de materia empapada y fungosa la llevamos adentro con un respeto inmerecido.
Quizás llegó la hora de desasirse - o haya llegado hace mucho tiempo ya. Quizás los excesos de materia nos pasó inadvertido porque los dioses de la repetición nos abrazaban y por qué no seguir con los gestos de siempre.
Ahora, libres de esa carga innecesaria podemos detenernos frente a un claro en el bosque inmediato y respirar, oler, convivir con el sol y con las sombras.